sábado, 8 de mayo de 2010

¡Currad, cabrones!

Odio a los perdonavidas.

¡Qué asco, por dios, qué puto asco!
Gentuza que no mueven ni un dedo, que se quejan de todo sin pegar un puto palo al agua y que encima te hablan como si les debieras todo lo que eres.

Qué asco.

Si me encuentro a un perdonavidas más,
le pateo la boca,
le escupo en la cara,
le vomito encima.
Lo que sea, no lo sé.
Pero te juro que no se va de rositas...

y ese sentido del humor barato,
y esas expresiones para hacernos creer que van de buen rollo,
y esas cejitas levantadas arrugando la frente,
esa advertencia velada,
y ese tonito de deuda perpetua...

Mentirosos, mezquinos, infames.
Sois purita infección.

Id todos a tomar por el puto culo y salvadle la vida a vuestra puta madre antes de que se pegue un tiro, arrepentida por no haber cerrado las piernas.

Dejad de quejaros de lo poco que os recompensan y empezad a currar, joder.
¡Currad, cabronazos hijos de la gran puta!

Y tú, sobretodo tú, hijo de puta,
aprende a hablar.

Aprende a hablar o cierra tu jodida boca de imbécil perdonavidas.

No escribo con humor.

Los chistes quedan fuera.
Fuera.

Estoy hasta la puta polla de los perdonavidas.
Harto de la gente que me recuerda, cada vez que se dirige a mí, lo mucho que se sacrifica por la humanidad toda.
Hasta la puta polla de los que me recuerdan lo poco que se dice lo mucho que se les debe.

No me hago mala sangre: tengo la sangre podrida.
Lo que me corre por las venas está más cerca del alquitrán que de la sangre.
Lo que me corre por las venas está más cerca del lodo que de las nubes.
Lo que me corre por las venas es un incendio.

Hay que meterse hasta las cejas.
Hay que mancharse la cara.
Hay que llenarse de mierda.

Pero sobretodo, hay que trabajar, cojones.
Hay que trabajar.
Tra-ba-jar.

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