martes, 23 de noviembre de 2010

Duele el amor

Tengo miedo, pero no lo confieso. Por miedo al mismo miedo.

Se me han contraído los ojos: dos puntos diminutos en la cara.

Parezco un bicho. No parezco yo.


Esto no puede ser un retrato.

A estas alturas de la partida, me parece increíble que algo me pueda sorprender aún. Me parece increíble que algo me pueda sacudir.

En los dos últimos días, he sido lanzado hasta tocar las nubes para caer libremente después contra el suelo. No me puedo ni lamer las heridas. Deseo morir pronto. Eso es todo. It might be nice to disappear. Esa canción se ha convertido en una obsesión. Deseo morir pronto. Sólo eso.


No me espanta la idea. No voy a hacer nada al respecto. Solamente queda esperar. Mientras tanto callaré para no mentir.

Queridas hermanas mías... Os lo he confesado todo, ahora callaré... Ahora seré como el loco descrito por Gógol... silencio... silencio...

lunes, 22 de noviembre de 2010

Se acerca. Ya llega.

Se acerca el final

No hay quien aguante.
Demasiados días siendo bueno.
Demasiados días siendo tibio.
Templado.

Se acerca el final.

Tengo frío.
Como sólo un muerto tiene frío.
Sólo un muerto.

Se acerca el final.

Ya llega.

martes, 9 de noviembre de 2010

Delgada y tensa. Quebradiza.


Una línea fina,
delgada y tensa.
Quebradiza.

Mi cuerpo se ha convertido en una raya agudísima. Soy una hebra de humanidad. Sólo una hebra.

Hace dos días lo solté. Dije que no estaba cómodo con él, que con el amor no basta. Que el sexo con él es tan parcial...

Duele.

El sexo con él duele.
La ausencia también.
Hay demasiada atención prestada a mi sexo con él.
Siento el cerco policial alrededor de mi sexo.
Sus fantasmas me meten hachones encendidos por el culo,
hienden bisturís en mi sexo que ya no es mío,
ya es de otro.

Llevamos tres días sin apenas rozarnos.
Huele a podrido, es indisimulable.
El terror está brotando de este detrito
tibio como una meada
falto de todo
ahogado por nada.

El silencio es peor que cualquier insulto,
peor que si nos escupiéramos azufre encendido.

El perdón está en desuso: hoy una joven madre apresuraba a cruzar la calle a su hija pequeña, diminuta, preciosa. Al término del cruce, al otro lado del paso de cebra, la madre dice a la hija humildemente y con tanta serenidad: «Perdóname, perdoname por meterte prisa». La hija besa a su madre y continúan su camino. Me he escondido detrás de unos coches para llorar. No tenía con qué enjugarme las lágrimas, con qué sonarme los mocos. La serenidad es una fuerza delgada y tensa. Quebradiza.