domingo, 4 de abril de 2010

La primera


Tengo once años y estoy en la sala de casa. De casa de mis padres, se entiende. Es domingo por la tarde. Mi madre no está. Tal vez sea sábado. Estoy tirado viendo la tele. A mis pies, sobre el brazo iquierdo del sofá, la luz del aparato que reverbera sobre mi cara, sobre mi cuerpo, sobre los muebles setenteros, sobre algún dibujo mío de cuando era pequeño que mi madre colgó en la pared con cuatro chinchetas. Después de un rato largo de siesta, me despierto con la música del concurso Juego de niños. Sardà en la TV y yo en el sofá. Me saco la polla, que ya despertó dura de la siesta, y empiezo a cascarme una pera. Soy constante en la labor. Me empieza a correr el placer por las piernas y la baja espalda, y en la cabeza, algo me dice que no pare; que no pare hasta que salga algo. De aquí tiene que salir algo. «Ya puede salir algo, joder, ya tengo edad», me digo. En estas, entra mi padre, pero, claro no me ve. Él no puede. Yo me detengo, o más bien, aminoro la marcha, y por pudor me pongo la mantita de la siesta por encima de la polla. Mi padre se sienta en su mecedora y como oye que estoy viendo la tele, se pone los cascos para escuchar música. «Perfecto», pienso yo. Aparto la manta y sigo con mi trabajo. Dale que te pego con la paja que había empezado minutos atrás. «Deaquísalealgodeaquísalealgodeaquísalealgodeaquísalealgodeaquísalealgopormisgüebakos», me repito una y otra vez. Y ahí tumbado, en el sofá de casa, con el sardá en la TV y con mi padre enfrente escuchando música en su mecedora, eyaculo por primera vez en mi puta vida y me muero. Me muero de placer. «Qué gusto, joder, qué gusto». Y tras limpiarme un poco con la mano (seguro que probé un poco con la lengua) e ir al WC a acabar la limpieza con agua y una toalla (posiblemente la de secarse las manos toda la familia). Me planto en el sofá de nuevo, me vuelvo a sacar la chorra y así hasta quedar seco ese primer día glorioso del resto de mi vida.

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