Mi madre muerta me juega malas pasadas de vez en cuando.
Mi hermana que nunca nació también.
Hoy he querido morirme, he querido golpearme.
De hecho lo hice mientras estaba en la ducha.
Unas buenas hostias en los muslos,
en la cara y en el vientre.
Me da miedo hacerme daño:
dejo de pegarme:
es idiota.
Quería matarle, quería matarme.
Quería matar, lo juro.
Juro que quería matar. A mí. A él.
Pero matar, matar algo. A alguien.
Quería reventarme la cabeza contra la pared.
Sobre la pintura verde, la sangre quedaría preciosa,
Luego, por la tarde, tenía que tocar en un cumpleaños.
Es horrible ganarse la vida divirtiendo a los demás.
Qué desgaste, joder: fingir ser feliz, muy feliz.
Fingir estar muy contento de seguir vivo.
Hacer oídos sordos a la llamada a gritos de las dos hijas de puta desde la tumba.
Porque me llaman, ¿lo sabías? Me llaman.
Las dos malditas me llaman.
Las dos zorras egoístas.
Y yo le digo a cada una:
—¡Jódete! ¡¡¡Jódete, jódete, jódete, jódeteeeee!!! Estás muerta y te jodes: ¡¡¡Jódete!!! Dejadme en paz de una puta vez. Tú y la otra. Dejadme las dos.
Y le digo a mi madre muerta:
—A ella ni siquiera la conozco. Nunca la vi, ni siquiera compartí la presencia en el mundo con ella.
Joder, quiero enterrarlas, enterrarlas definitivamente.
Me da miedo hacerlo por si me caigo yo en el agujero. Hoy he tenido mucho miedo. Desde ayer. Ayer por la noche acabé gritando como un puto energúmeno. Necesito autocontrol, mucho, muchísimo autocontrol. Otra como esta noche y no vuelvo ya. Otra como ésta y me voy y no vuelvo. No vuelvo.
Me quedan pocas, muy pocas ganas
muy pocas ganas.
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