Hoy he pasado por el quirófano para que me abrieran el culo.
Són muchos años de convivencia con mi hemorroide.
Asistir a su metamorfosis en fístula el año pasado fue precioso.
Una hemorroide es algo bajuno, reduce al portador a la altura de las cucarachas. Te retuerces de dolor en silencio, sin poder hacer nada, con una especie de bubón abyecto que se hincha a su antojo y te quita la dignidad por el culo.
La fístula en cambio te colma de honores, te eleva a la categoría de los héroes. ¡Qué dolor intolerable! ¡Qué contínua quemazón! ¡Qué contínua mordedura infinita! Un canal, un canal entre el mundo y el interior de mi recto al lado del orificio que venía de serie. Eso es una fístula. Como una oruga transformada en mariposa aquella hemorroide abominable devino un segundo ano que floreció en mi trasero y me ha acompañado hasta hoy. Hoy me despedí de ella. Mi fístula querida, mi íntimo dolor insufrible... Su contiunuo supurar, que me concedía el detalle sublime del menstruo diario aproximándome así al hermafrodita monstruoso que tanto adoraba el puto perraco de Foucault, me obligaba a cubrir mis dos orificios culares con una gasa doblada para no manchar. Pues bien: A Dios pongo por testigo que jamas volveré a andar con un pañal en las posaderas (¿sabíais que esta semana se cumplieron 70 años de Lo que el viento se llevó?)
He ido al hospital y he visto mi historia.
Y he visto las tres imagenes de la ecografía endorrectal que me hicieron en verano.
He pedido la hojita y no he podido llevarme a casa la imagen de la ecografía de mi propio trasero.
Estoy muy cabreado.
Yo quería enseñaros la imagen de mi interior,
del interior de mi ano,
y por culpa de esos cabronazos hijos de puta
no puedo mostraros más que el ano de un desconocido.
Un ano que he encontrado en el puto gúguel.
El mío era más bonito, más redondito.
Mi ano era precioso.
Tengo un ano precioso, de verdad.
Me hubiera gustado que me dieran morfina,
o caballo,
un orfidal,
o una tranxilium al menos.
Nada.
Un triste diazepam y la puta anestesia.
No estaba mal del todo, por eso.
Pero hubiera preferido la morfina.
Ya nadie da morfina.
Ni siquiera si tienes cancer.
Tienes que estar muy muy jodido para que te den morfina.
Tienes que estar peor que muerto.
Si quieres morfina, muérete y pídela, cabronazo.
Muérete.
Me voy a tumbar un rato boca abajo.
El día que me muera, que me entierren boca abajo y con el culo al aire.
Así al menos podréis aparcar la bici en mi trasero.
viernes, 18 de diciembre de 2009
Muérete, cabronazo
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